
Es el precepto más expresivo y auténtico de la Torá. Amar a Dios es guardar sus mandamientos, sin temor al castigo o esperar una recompensa. Es mostrar cuán profundo y sincero es nuestro amor hacia Él, es guardar y enseñar la Torá en toda ocasión y en cualquier lugar; es comunicarnos con el Creador por medio de la plegaria regular y frecuente; es seguir por su senda. La Enseñanza dice: "...así como el Eterno es compasivo y misericordioso y es llamado justo y amante, así serás tu compasivo y misericordioso, justo y amante..."
¿Es posible amar a Dios sin conocerlo? Pregunta clave que intentaremos contestar. En principio no se puede querer lo que no se conoce, más para internalizarlo se necesita estar realmente interesado en conocerlo, con afán averiguar cuál es el camino para llegar a Él. Conocer sus mandamientos y la esencia de Su Enseñanza. Otro requisito importante para el conocimiento de la divinidad es la comprensión. El judío reza (ora) suplicando se le dé comprensión en diversos pasajes de la liturgia. El salmista pedía al Eterno le muestre sus caminos y le dé comprensión.
Así dice el Eterno: "No se gloríe el hombre sabio por su sabiduría, ni el hombre rico por sus riquezas, sino que se gloríe en esto: en que Me comprenden y Me conocen, y saben que Yo soy el Eterno que obra misericordia, justicia y rectitud en la tierra, porque en tales cosas Me complazco, dice el Eterno". Jer. 9:22-23 De este conocimiento de Dios procede el amor hacia Él.
Efectivamente el hombre llega a amar solo lo que conoce, comprende y admira, de manera que amarlo y conocerlo son conceptos que se mimetizan en la práctica.
El ejemplo máximo de amar a Dios lo brinda Abraham cuando por Él abandona su tierra, su familia, se circuncida a los noventa y nueve años y hasta estuvo a punto de sacrificar a su propio hijo.
Es un gran pecado, sin duda, dividir el Supremo amor entre Él y otras personalidades humanas, que por muy grandes y santas que sean o hayan sido no dejan de ser "seres humanos", finitos, subjetivos y por lo tanto sujetos a la posibilidad de caer en el error. Venerar al hombre en general o a uno en particular es la cumbre de la idolatría, si el hombre debido a su inteligencia y capacidad espiritual es la más perfeccionada de las criaturas es también objeto de la más sofisticada forma de idolatría. Aceptar el yugo del Reino de los Cielos es arrojar de sí el yugo de la dominación y dictadura humana. La Torá no se cansa de advertir este terrible peligro, conocedora de la fragilidad humana, que comenzando por la adoración a un ser humano no tarda en venerar sus fotos luego las estampitas, para terminar haciendo altares y estatuas para la adoración concreta del "santo".
"...Seréis mis sirvientes...", dijo el Eterno "...y no sirvientes de mis sirvientes..."
Torá: Es el libro que recoge la Ley Judía
Sacado del Cuaderno de Conceptos Judíos por Jaime Gorenstein pp. 25-26 sacado casi en su totalidad.
Como podemos ver de la cultura religiosa mas antigua del mundo, el amor a Dios ES y debe ser lo primero en nuestras vidas, nuestro amor y nuestra adoración no debe compartirse, ni desviarse hacia otra persona... por lo tanto no es a Juan Pablo II (que fue solo un hombre seguramente sujeto a pasiones como las nuestras...) de quien se debe esperar un milagro, ni protección, ni intercesión alguna, mucho menos salvación; porque fue él un sirviente del Señor de los Señores nada mas, y así lo hagamos también nosotros. Dios los bendiga.
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